Lo sé. Sé cómo te sientes cuando el sol se apaga y el mundo cae en ese silencio insoportable que parece tragarte.
Cuando llega la noche, esa maldita hora en que todo se detiene menos tus pensamientos, cuando el silencio exterior le da voz a las tormentas que llevas dentro. No hay distracciones, no hay ruido que apague lo que tanto tratas de evitar.
Te quedas sola, y entonces es cuando todo se desmorona.
Esas noches, cuando el insomnio se convierte en tu único acompañante, son eternas. Miras el reloj y los minutos pasan tan despacio que parecen burlarse de ti. Intentas cerrar los ojos, pero apenas lo haces, los recuerdos vuelven, esos que tanto duele revivir. Las decisiones equivocadas, las palabras que no debiste decir, los momentos que perdiste… todo regresa con una claridad aterradora. Y duele, lo sé. Duele tanto que a veces te preguntas cómo puedes soportar más noches como esta.
Te sientes atrapada en una espiral, ¿verdad? Un círculo vicioso que empieza cuando el día termina. Durante el día, haces todo lo posible por mantenerte ocupada, por no pensar, por no sentir. Pero en la noche, cuando todo el ruido se apaga, es cuando las voces dentro de ti hablan más fuerte. Esas voces que te dicen que no eres suficiente, que nada va a mejorar, que el dolor siempre estará ahí, esperándote, acechando en cada sombra.
Es duro. Es agotador. Y te preguntas por qué el descanso parece tan lejano, por qué la paz no llega cuando más la necesitas. A veces, la cama, que debería ser tu refugio, se siente como una trampa. Te acuestas con la esperanza de que el sueño te libere, pero lo único que llega son pensamientos, preguntas sin respuesta, y esa sensación insoportable de vacío. Te das la vuelta una y otra vez, buscando una posición que alivie el malestar, pero el verdadero dolor no está en tu cuerpo, está mucho más profundo, en ese lugar que no puedes tocar ni calmar.
Sé que a veces sientes que la soledad es infinita, que no hay nadie que entienda realmente lo que estás pasando.
Porque incluso cuando estás rodeada de personas, por dentro te sientes tan aislada, tan desconectada, que parece que vives en otro mundo. Y la noche, con su cruel silencio, solo refuerza esa sensación. Es como si el universo entero se hubiese olvidado de ti, dejándote sola con tus pensamientos, sin escape, sin refugio.
Sé que hay momentos en los que quisieras gritar, pero no lo haces, porque ¿quién te escucharía? ¿Quién entendería realmente el dolor que llevas dentro? La gente dice que entiende, que está ahí para ti, pero en esas noches eternas, todo parece vacío, las palabras suenan huecas, y las promesas de apoyo parecen desvanecerse con la oscuridad.
Es en esas horas, cuando parece que el amanecer nunca va a llegar, cuando el mundo entero parece haberse detenido, que más duele. La sensación de que la luz nunca volverá, que la oscuridad ha ganado, que el día no traerá alivio, que simplemente te arrastrarás hasta la próxima noche, para volver a empezar el mismo ciclo una y otra vez.
Te entiendo. Entiendo esa sensación de desesperanza que te atrapa. Pero quiero que sepas algo: incluso en esas noches interminables, incluso cuando todo se siente perdido, sigues aquí. A pesar de todo el dolor, a pesar de que cada noche parezca más difícil que la anterior, has sobrevivido hasta ahora.
Cada noche que enfrentas es una prueba de tu resistencia, aunque no lo sientas así.
Y aunque la noche parezca eterna, aunque la oscuridad sea pesada, hay un pequeño rincón dentro de ti que sigue esperando la luz. La luz del sol, esa pequeña chispa que te hace seguir adelante. Porque, aunque ahora te parezca imposible, el amanecer siempre llega. Y cuando lo haga, incluso si solo es un momento breve, merecerá la pena haber aguantado una noche más.
Cuando llegue esa noche interminable y sientas que el peso de la oscuridad es demasiado para cargar, busca un lugar donde puedas contemplar el amanecer. Encuentra tu rincón mágico, ese espacio donde el mundo parece detenerse solo para ti. No te preocupes si lograste dormir o no; no importa.
Siéntate y contempla ese momento único e irrepetible, donde el cielo lentamente se llena de luz.
Llevo viendo amaneceres desde los catorce años, y hoy, ya más cerca de los sesenta, te digo algo con certeza: ninguno ha sido igual en su forma, pero todos me trajeron la misma sensación. Esa sensación de que hoy amanece para mí, para que las posibilidades infinitas del universo se desplieguen ante mis pies, para seguir avanzando, para seguir soñando con la vida.
Hoy amanece para ti
El sol, tímido al principio, despierta el cielo con su abrazo dorado, y en cada rayo me susurra al oído: “Hoy soy tuyo, hoy amanezco para ti”.
Hoy amanece para mí, pensé, con cada rayo acariciando mi dolor, el cielo se abre, lento, como mis ojos cansados que buscan consuelo.
Las sombras de la noche se desvanecen, y el sol, con su abrazo cálido, me recuerda que, aunque la oscuridad fue profunda, cada nuevo día trae consigo la promesa de seguir adelante, de que, mientras mi corazón siga latiendo, la vida aún me ofrece nuevas oportunidades para empezar.
Las heridas, que en la oscuridad parecían eternas, se disuelven en la luz suave de la mañana, porque incluso el dolor más profundo se rinde ante la promesa de un nuevo día.
Hoy amanece para mí, para mis heridas que claman descanso, para esos sueños que quedaron atrás, para el alma que carga demasiado.
Hoy amanece para mí, para recordarme que la vida aún espera, que cada amanecer trae consigo una verdad: no estoy rota, estoy renaciendo.
Me seco las lágrimas, que el sol ha salido solo para verme sonreír, y dejo que la luz me envuelva, porque este instante es solo mío, y hoy, como nunca, amanece para mí.
Hoy amanece para ti, para recordarte que, incluso después de las noches más oscuras, la luz siempre regresa, y con ella, una nueva oportunidad de vivir, de sentir y de ilusionarte con el mañana. Miguel Alemany