El autismo en la empresa

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En un ciclo de conferencias que dirigía sobre mejora interna de las empresas, un empresario reconocido impactó a todos los demás destacando un obstáculo para el incremento de la productividad: ¡autismo en los departamentos!

En efecto, la falta de interrelación entre los profesionales y entre las diversas áreas del negocio implica una durísima reducción en el resultado esperado de la suma de buenos integrantes de un equipo.

El autós ismós griego (en grafía castellana), que consiste -según la RAE- en un repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma, e implica un trastorno del desarrollo que afecta a la comunicación y a la interacción social caracterizado por patrones de comportamiento restringidos, repetitivos y estereotipados. Ideología, podríamos decir, que ha recluido al individuo después de exaltarlo, y que usa medios proporcionados a tal pretensión, claro.

En aquella charla y en el trabajo posterior identificamos una interminable serie de impedimentos prácticos como consecuencia del problema señalado. La consecución de metas a corto plazo se veía seriamente afectada, y una gran rémora -silenciosa, nunca mejor dicho- lastraba a toda la empresa a la hora de fijar y conseguir objetivos en un plan estratégico. Como casi siempre, el vicio se anquilosaba entre mil justificaciones y pretextos, y nadie se atrevía a abordarlo de veras. El resultado era la ausencia de espíritu de superación, una mínima intercomunicación entre los profesionales cualificados, descomunal dependencia personal en áreas clave, desconocimiento de las prioridades ajenas, ninguna visión global de la organización y sus retos, etc. En definitiva, cultura corporativa languideciente y empleados mirándose a sí mismos.




Las terapias para combatir este tipo de problemas en la empresa tienen una dosis de fomento de buenos hábitos de gestión personal. Por otra parte, la política de comunicación y la promoción de un lenguaje corporativo estratégico tienen que salvar la personalidad y los intereses de la organización, frecuentemente engullidos por individuos ensimismados y por estereotipos e imposiciones foráneas del todo extrañas que coadyuvan al mismo endiosamiento autista del individuo.

La gran batalla, en el fondo, es la de establecer sólidos vínculos entre la empresa y las personas.

El mutuo conocimiento, el aprecio recíproco, los lazos afectivos, generan el arraigo necesario para que broten los objetivos comunes sólidos y duraderos. Compartir, que empieza por comunicar, acaba siendo entonces un ingrediente sustantivo también en este grupo humano que es la empresa.

Desde que la tecnología ha sobrepasado el papel de herramienta auxiliar del ser humano, efectivamente, se ha disparado la autorreferencia, y, para colmo, en torno a un universo mental cada vez más reducido. También en el ámbito de las estructuras empresariales el asunto preocupa sobremanera. Quizás un número exagerado de personas han delegado el control de sí mismos en la tecnología, en vez de usar o desechar las herramientas ¡y sus contenidos! en función de la contribución que supongan para su perfección personal. Cabría preguntarse si el mayoritario aplauso a eso que llaman la inteligencia artificial no es el capítulo final de un proceso de renuncia a la inteligencia natural.

El empresario se enfrenta al reto de incorporar los medios necesarios para su organización haciendo prevalecer la vita communis como única vía para la continuidad de la empresa y cauce necesario para la felicidad de las personas que trabajan en ella.


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Camilo Menéndez Piñar

Jurista. Consejero de empresas. Consultor mercantil de PYMEs, empresarios y CEOs.
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