Sentido y la trascendencia del Consejo (aplica en las empresas)

Ya en el ámbito particular del individuo, el consejo alimenta de forma categórica al entendimiento en orden a tomar resolución. Su valor moral es indiscutible, desde la más elemental amistad hasta la misma teología espiritual, pasando por las relaciones paterno-filiales o el reconocimiento de la autoridad de quien más sabe. El sentido común y la razón lógica los desarrollaron como elemento intrínseco a la naturaleza social del ser humano. El derecho natural los incorporó a la relación con otros muchos aspectos de la realidad social.

Convertido, pues, en institución, en el ámbito de las agrupaciones humanas los Consejos son el órgano natural para realizar una deliberación que lleve a formar un parecer común, sólido y fortalecido, en orden a un quehacer más determinado y seguro, estable y duradero. En el seno de una persona moral o jurídica, el Consejo manifiesta el aspecto esencial del fenómeno colaborativo y asociativo de los hombres. El axioma podría enunciarse así: a fines que trascienden los del simple individuo, medios que superan su alcance. Ante su consideración se desvanece la quimérica posibilidad de una sociedad compuesta por la mera suma de iguales individuos aislados -y no digamos ya con pretendida soberanía y autodeterminación-. Supondría la destrucción de la comunidad natural de los hombres.

En la historia de nuestras instituciones políticas, mucho antes de que los artificios estatales y sus ilustraciones las aplastaran como el caballo de Atila o las impregnaran del venenoso individualismo, los Consejos ya jugaban un creciente papel vertebrador en multitud de órdenes. Cuando el Estado moderno monopolizó la producción legislativa y fagocitó la jurídica, queriendo dominarlo todo, los Consejos, aunque muchas veces maniatados, oprimidos y encadenados por la cerrazón del leviatán estatal, sobrevivieron buscando su espacio de libertad de forma análoga a la subsistencia misma de la comunidad natural de los hombres.

Pero, la realidad del Consejo, ¿es aplicable a la empresa, y a la gestión del negocio en general? Es evidente que sí. Obviamos aquí la distinción entre el Consejo con facultades ejecutivas y responsabilidad jurídica, por ejemplo, el Consejo de Administración, y el Consejo de mera gestión o asistencia, consultivo o de ayuda. Nos interesa el Consejo en un sentido profundo y no meramente formal: el Consejo operativo, que suma e integra talentos y capacidades diversas, que facilita e impulsa que habilidades contrastadas confluyan y se conviertan en actividad corporativa de una empresa o de una marca comercial, sentando fundamentos de estabilidad y progreso.

El Consejo interesa a todos. Para el empresario, propietario del negocio, constituye un instrumento para dotar de responsabilidad a los empleados, descargándola parcialmente de sí mismo. En el seno del Consejo, la responsabilidad se otorga de forma especialmente templada y compacta. El Consejo explora y busca la unanimidad, concibe sus decisiones como colegiadas, suscita el equilibrio. Los miembros del Consejo comparten la confianza del empresario y el compromiso que supone cada materia a tratar, cada objetivo a conseguir o cada medida a ejecutar. El protagonismo individual se modera, lo que facilita mucho la convivencia y el bienestar en la empresa. Por su propia naturaleza, un Consejo rectamente gestionado tiende a impedir las vanidades y las tristes miserias humanas que dan al traste con tantas buenas ideas. Será preciso evitar que el Consejo se convierta en ocasión de conversaciones bilaterales que podrían tener lugar fuera del mismo, lo que desnaturalizaría el órgano y generaría en los demás miembros confusión y sentimiento de pérdida de tiempo.

El Consejo es el medio perfecto para fomentar en los empleados el sentido de pertenencia a la organización, tan añorado siempre por el empresario. Sentirse partícipe del diseño de una planificación, de la definición de unos objetivos, de la fijación de unos retos de mejora, del seguimiento de ciertos parámetros y resultados, de la evaluación de unos candidatos, de la decisión de conceder unos reconocimientos, implica asumir como cosa propia la marcha de la empresa, y hacerlo con un sentido de equipo que genera siempre actitudes de respaldo y ayuda al compañero. El empleado integrado en el Consejo está identificando este círculo virtuoso con la propia empresa, y percibe la imagen de la compañía y su repercusión en el mercado como proyección de esas buenas prácticas. Con un poco de habilidad y con la magnanimidad que debe caracterizarle, el empresario conseguirá que incluso afrontar los problemas más graves sea motivo de mayor cohesión y motivación. Por mucho que haya que trabajar, la dosis de fidelización de los miembros del Consejo será tan notable como su índice de satisfacción.

En el interior del Consejo se darán cita distintos perfiles humanos. El calculador, el metódico, el creativo, el comercial voraz, el optimista, el motivador, el analítico o el buenazo y sacrificado promotor de la buena imagen y la calidad del servicio. La variedad será una fuente de riqueza incalculable para la empresa. De hecho, el valor de esa desigualdad de características se obtiene sólo mediante la integración conjunta de todos ellos, destacando la necesidad de su aportación y los beneficios para la empresa, demostrando su operatividad ante situaciones concretas y promoviendo el aprendizaje común de las habilidades ajenas. La mutua confianza se convertirá en el hábitat natural. Cuando los mismos empleados destaquen sinceramente su complementariedad, el Consejo estará preparado para alcanzar beneficios exponenciales. Entonces será totalmente impensable lo que frecuentemente se produce en organizaciones que carecen de un Consejo operativo: la disfunción, la incomprensión, la rencilla o la comparativa odiosa que los diferentes estilos propagan como un cáncer con devastadoras consecuencias.

En los autónomos solitarios y en las nano o micro empresas suele darse una objeción: eso del Consejo no es para mí, porque implica una estructura grande o compleja, y mucha inversión de tiempo. Nada más lejos de la realidad. La proporcionalidad y la adaptación al caso son connaturales al Consejo. Es el Consejo el que fomenta exponencialmente la mejora del negocio, y no el negocio el que va a mejorar exponencialmente para poder establecer un día el Consejo. El Consejo operativo no añade artificialmente ni sobrecarga, sino que canaliza, armoniza, y, seleccionando, ahorra. El Consejo es el medio, no el fin. Además, incluso el autónomo solitario tiene que pensar que esa diversidad de perfiles humanos de la que hablábamos debe darse en sí mismo con la mayor amplitud posible, y debe combinarse adecuadamente en un plan estratégico vencedor. El autónomo tiene un Consejo operativo en su interior o jamás llegará a ser un verdadero empresario.

La creación del Consejo y su desenvolvimiento requieren siempre de cierta dosis de generosidad y coraje por parte del empresario, pero, en realidad, su propio interés lo justifica ampliamente. El Consejo ennoblece y perfecciona al empresario, y dota a la empresa de un potente motor que activa, aviva y espolea su capital humano. Los beneficios compensan y superan muy rápidamente el esfuerzo hecho. Hay que hacerlo.

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